8.12.2006

Un día

Luego de pensar eso estuvo un rato tendido boca abajo, imaginando, pensando, creyendo muchas cosas. Se levantó de la cama porque no podía cerrar los ojos. No sabía qué hacer porque todavía no era hora. ¿Qué hacer? ¿Desayuno?. Hay que desayunar antes de almorzar. Era más o menos mediodía, o más, y decidió esperar. Habría que bañarse antes de salir. Eso se siente bien. El agua acaricia y lo toca de una manera peculiar, le limpia el peso. Es saludable. Pasaron unos 45 minutos.

Había que hacer tiempo; falta como una hora para comer. Entonces se pone otra ropa cómoda. A ver algo en la televisión. Sus favoritas son las series porque son cortas y manejables. Sus ojos se pierden en tramas divertidas, interesantes, siempre son entretenidas, aunque las haya visto antes. Entre uno y otro corte comercial veía alrededor del cuarto y nada se movía. Era aburrido que nada cambie, comenzó a pensar… Empezó de nuevo el programa, qué bien.

Llamaría a algunos de sus amigos pero todos deben estar ocupados. Quisiera contarles del capítulo nuevo de hoy, que estuvo muy bueno, pero eso no será como hasta las 7-8 pm. Después de una hora, u hora y media -como tres capítulos- ya puede salir. Es una salida alegre porque va a comer, pero vestirse fastidia, aprieta, incomoda, a veces asfixia. Es algo de lo que se quiere salir rápido. Por fin puede salir. La hora está bien, es temprano para hacer otras cosas luego.

La calle es caliente, pasajera, llena de colores brillantes. Todo pasa muy rápido y se ve forzado a ver a todos lados, a tener cuidado de no tropezar, a acelerar el paso. Mientras camina tiene un solo objetivo: llegar al puesto de perros calientes y comer su hamburguesa: ¡qué momento feliz!. Ha estado todo el día preparando para eso. Ordena apenas llega, y espera varios minutos, ¿qué irá a tomar? ¿cuál es el refresco que apetece ese día, malta o pepsi? ¿Y si algo más dulce fuese mejor? No, definitivamente siente que quiere una pepsi, porque es clásico. Este es momento para una bebida clásica. Todos los demás piden perros calientes y cree que quiere uno, pero no, esperará hasta que esté lista su hamburguesa de pollo con TODO.

Repasa en su mente cómo van a armar su comida. Y mientras piensa todo eso llega el momento –se tardaron un poco, empezaron a armarla luego de que el pollo estaba listo-. Sacan el pan, caliente, ablandado y lo cubren, lo llenan en cícrulo con las tres salsas -tomate, mayonesa y mostaza, en ese orden- luego vienen los otro condimentos -cebolla picada, ensalada de repollo y papas fritas, en ese orden- y vuelven las salsas a cubrirlo todo -menos la mostaza esta vez, puede que sea mucho-. Le ponen encima el pedazo de pollo, y el huevo con el jamón y el queso. Ahora, con cuidado, ve cómo la cierran, se una cuidadosamente el pan hasta donde se puede. Sí, es para comer aquí, aquí mismo me la como. No, no la pique en dos, démela entera para poder comérmela sin interrupciones, así grande como es, toda de una vez. La alzan con cuidado, como un bebé, le ponen otra servilleta para poder agarrarla. Se la dan.

Y empieza. Es tan buena… Cada mordisco es bueno ¡Oh! ¡qué rica está!. Es justo como la imaginó. El olor, el montón de sabores que se juntan en su boca. Comienza con la hamburguesa como viene y después prueba las salsas que hay para echarle: una con mucho sabor, luego otra más suave, una dulce, queso rallado siempre va bien. Después las mezcla, prueba distintas combinaciones, busca variedad. Alterna el comer con la pepsi, que limpia la boca del sabor y es fresca. Es, simplemente, un rato entretenido. No hay más que decir. Quisiera sentirse así más horas del día.

Pero no dura. Con el pasar de los mordiscos pierde su brillo, su delicioso sabor. Llega el momento en que ya pasó todo. Pero queda aún. No queda tanto. Le echa más salsas, lo hace más variado. Piensa que ¿por qué no seguir? Un poco más. Es entonces cuando aquel hombre empieza a buscar en la basura. Viejo, con barba, alto y flaco, con la camisa verde sucia y una gorra; no se ve tan mal para vivir en la calle.

Para de comer, no deja de morder pero no presta atención sino a ese viejo cerca suyo, que le provoca extrañas sensaciones. Todavía el viejo tiene algo de sentido del humor porque empieza a musitar una conversación que parece un chiste, un comentario imitando a los que piden comida.
- Dame un perro
- ¿Con o sin cadena?
- Dámelo con cadena, mejor…

Lo oye, lo ve y no lo ve, con el rabo del ojo. Avergonzado baja la vista, ve hacia las salsa en el carrito, el suelo y su hamburguesa a medio tragar. Y empieza a pensar inevitablemente. ¿Por qué?

Piensa mientras el viejo busca, toma lo que puede y se va. Piensa hasta después de terminar de comer, pagar y sentirse satisfecho. Luego, claro, quiere algo dulce de postre. Va a comprar un dulce para comerlo con leche como siempre, pero le hace falta leche así que va al mercado a comprar algo mientras piensa en qué dulce va a comprar, en dónde, de qué sabor, ¿con chocolate? Sí. Para comerlo mientras ve televisión, mientras no llegue nadie a la casa porque comer con gente alrededor no le gusta. Sí, un dulce, un baño después por supuesto por el calor de la calle. Un baño para refrescarse y sentirse limpio y nuevo. A ver qué hará después. Tomar algo tal vez, llamar a alguien después del baño. La cena.

Mientras va a comer a comprar la leche no olvida al que buscaba en la basura, se le va a quedar pegado al pensamiento, y le parece que necesita el dulce porque anda algo vacío por dentro.

Ricardo Morales
10/ 07 /2006
terminado a las 9:18 pm

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Wow, Ricky... Me dio hambre!

Es absolutamente deliciosa tu descripción sobre el proceso de elaboración de una hamburguesa típica caraqueña. Es más, es digna de un programa de Sumito o de Soucy.

Me encanta tu blog, y sobretodo este post.

Un beso,

Z

5:37 a. m.  

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